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Julio Romero de Torres

Córdoba, 1874 – 1930

  Si repasamos la historia artística del Círculo, no se puede olvidar la impronta del pintor Julio Romero de Torres. El hecho de que su padre, Rafael Romero de Barros fuese, además de artista, director de la Escuela Provincial de Bellas Artes de la ciudad, influyó en gran medida sobre la vocación de su hijos, Rafael, Enrique y Julio. Uno de sus primeros cuadros, titulado ¡Mira qué bonita era…!, le proporcionó al autor de La gracia y el pecado una mención honorífica en una exposición nacional celebrada en Madrid en 1895.

  El Real Círculo de la Amistad guarda con celo los grandes murales que decoran su regia escalera principal. Son pinturas sobre lienzo y fueron encargadas a Romero de Torres por acuerdo de la Junta Directiva, siendo su presidente José Marín Cadenas, el 1 de julio de 1905.

  En el acta, punto 7º, reza: «Encargar a Sr. Julio Romero el proyecto de reforma del salón pequeño». El motivo de dicho proyecto era la decoración del entonces llamado «Salón Pequeño», ubicado en el piso superior, que daba a la calle Alfonso XIII. Años más tarde, cambiaría su nombre por el de «Salón de Tresillo». Hasta 1927 permanecieron las seis obras en el citado salón.

  En 1929 se llevó a término la remodelación y ampliación del Círculo con la casa colindante, dirigidas por los arquitectos Rafael de la Hoz Saldaña y Enrique García Sanz. Los cuadros de Romero de Torres se trasladaron a la escalera de entrada, donde se encuentran actualmente.

  Romero de Torres, adecuándose al espacio del pequeño salón, anteriormente citado, desarrolló un exquisito programa compuesto por seis lienzos. Destacan dos de superior tamaño: Canto de Amor y El Genio y la Inspiración. Luego, cuatro cuadros de menor medida pero similar estilo, que representan a las artes: Escultura, Pintura, Música y Literatura.

 Canto de Amor, según Mercedes Valverde, directora de los Museos Municipales de Córdoba, «representa a dos personajes que, en actitud romántica, parecen leer una partitura. Por encima de ellos una figura etérea, la Musa, que desciende con una corona de laurel, símbolo del triunfo. Una atmósfera difusa, hasta opresora de bosques, ambienta la escena débilmente iluminada por el sol, cuya luz tamizada se entreteje por los árboles». 

  Dentro de la misma escuela simbolista y con igual tono cromático, destaca El genio y la inspiración. El episodio se desarrolla al  borde de un acantilado. Un personaje femenino, que simboliza la inspiración, protege a un niño desnudo y desvalido, al tiempo que le señala el infinito. El niño es el artista, el creador, y tiene que mirar el camino del arte por encima de los abismos terrenales.

  El cuarteto restante son alegorías sobre las artes. El primero que realizó fue el dedicado a La Escultura. Lleno de fuerza y contenido, antecede a La Música, La Pintura y La Literatura, donde Julio Romero de Torres simplificó hasta el extremo las figuras y redujo el programa decorativo a los primeros planos. Estas obras carecen de firma y título. Optó por dejar esa tarea a la imaginación del espectador, aun cuando las respectivas iconografías sean tan obvias como el piano, las partituras, la paleta o los pinceles.

  En este hall dedicado a este artista, descansa una obra realizada entre los hermanos Romero de Torres (Enrique y Julio) en 1899, que lleva el título de Rosas en la balconada.

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